Análisis Filosófico en Ética Nicomáquea de Aristóteles

«Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama»[i].

El cuervo, con su plumaje negro, es una figura casi inconfundible que evoca una elegancia sobria y un aura de misterio. Capaz de resolver problemas complejos, reconocer rostros humanos y transmitir conocimientos, esta ave simboliza en diversas culturas la sabiduría, el misterio, e inclusive la muerte. En el ámbito filosófico, el cuervo representa la claridad de la reflexión, despojada de adornos superfluos, que guía al lector hacia la profundidad del pensamiento filosófico. Y es, precisamente, la imagen del cuervo, la más acertada para describir a Aristóteles (ca. 384 a.C. – 322 a.C.) y la profunidad de su pensamiento filosófico.

La Ética Nicomáquea de Aristóteles ofrece un sistema ético donde la virtud, la felicidad, la justicia y la amistad se relacionan en la búsqueda del bien supremo, mostrando el camino hacia una vida plena. Este ensayo analiza los conceptos principales de la Ética Nicomáquea, destacando las conexiones lógicas que Aristóteles establece para fundamentar su ética.

Aristóteles inicia su tratado con una premisa universal: «todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún bien»[ii]. Este bien, identificado como la felicidad (εὐδαιμονία), es el fin último de las acciones humanas. A diferencia de bienes como el honor o el placer, que se buscan por algo más, la felicidad es intrínsecamente perfecta y autosuficiente, pues «se elige por sí misma y nunca por otra cosa»[iii]. Por lo tanto, la felicidad no es un estado pasivo, sino una actividad del alma conforme a la virtud perfecta.

Dicha relación entre felicidad y virtud constituye, prácticamente, el núcleo de este trabajo, pues la felicidad no se logra acumulando bienes externos, sino cultivando un carácter virtuoso que refleja el equilibrio y la excelencia humana. Este principio establece la base para los conceptos posteriores, mostrando cómo todas las acciones humanas convergen hacia un fin común.

A medida que Aristóteles sigue exponiendo su ética, el define la virtud como un término medio entre dos extremos: el exceso y el defecto. El mismo Aristóteles explica: «la virtud es un término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto»[iv]. Por ejemplo, el coraje es el punto intermedio entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto). Esta doctrina del justo medio no implica necesariamente la mediocridad, sino un equilibrio adaptado a las circunstancias. Otra cosa que Aristóteles resalta es que la virtud ética se forja mediante la práctica habitual, pues «por nuestra actuación en las transacciones con los demás hombres nos hacemos justos o injustos»[v]. Es así como Aristóteles conecta la acción con la formación del carácter, subrayando que la virtud no es innata, sino que es el resultado de un proceso deliberado y consciente por parte del individuo.

Otra característica fundamental es la distinción que Aristóteles hace entre acciones voluntarias e involuntarias, sustento de la responsabilidad moral. Las acciones voluntarias son aquellas de las cuales somos plenamente dueños, realizadas con conocimiento de las circunstancias. En contraste, las acciones involuntarias, como las realizadas por ignorancia o coacción, eximen al individuo de responsabilidad plena. Esta distinción que Aristóteles hace es crucial, debido a que la virtud implica elegir el bien de una manera deliberada. Así, Aristóteles vincula la elección, la deliberación y la acción dentro de un marco donde la virtud ética se manifiesta en decisiones racionales orientadas al bien.

En el Libro V, Aristóteles habla de la justicia, calificándola como la virtud más completa, pues «en la justicia están incluidas todas las virtudes»[vi]. Aristóteles distingue entre justicia distributiva, que asigna bienes según el mérito, y justica correctiva, que establece la igualdad tras una transgresión. La justicia es un término medio, ya que «lo justo es igual y lo injusto desigual»[vii]. Es así como Aristóteles refuerza la búsqueda del equilibrio, donde el filósofo conecta la justicia con la felicidad, ya que vivir justamente implica actuar virtuosamente con los demás, contribuyendo al bien común.

En el Libro VI, Aristóteles también distingue entre las virtudes éticas y virtudes intelectuales, siendo la sabiduría (σοφία) la más exacta entre las ciencias, pues combina el conocimiento de los principios y sus aplicaciones[viii]. La deliberación es esencial para la práctica de la virtud ética. No es ciencia ni mero instinto, sino un proceso racional que requiere tiempo y reflexión[ix]. Es así, como Aristóteles muestra que la virtud no solo depende de hábitos, sino también de la razón práctica (φρόνησις). A diferencia de la ciencia, que busca verdades universales, o del instinto, que carece de reflexión, la prudencia combina el conocimiento de los principios con su aplicación práctica. Esta conexión entre virtud ética y virtud intelectual demuestra que la felicidad no solo depende de hábitos, sino de una razón práctica que orienta al individuo hacia el bien.

En los Libros VIII y IX, Aristóteles aborda de una manera sorprendente el tema de la amistad como un componente esencial de la vida virtuosa. La amistad, de acuerdo con el filósofo, es «una virtud o algo acompañado de la virtud»[x], tan necesaria para la felicidad, pues «sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes»[xi]. La amistad, a diferencia de las demás virtudes, tiene sus raíces en el carácter. A diferencia de las amistades basadas en el placer o la utilidad, la amistad perfecta se fundamenta en el carácter virtuoso de los amigos, quienes buscan el bien mutuo.

En conclusión, la Ética Nicomáquea de Aristóteles ofrece un sistema ético donde la felicidad, la virtud, la justicia y la amistad se entrelazan en esa búsqueda del bien supremo. La felicidad se logra mediante la práctica de la virtud; la virtud se cultiva como un justo medio a través de la práctica; y la justicia y la amistad refuerzan el carácter moral. Si algo debo resaltar del estilo de Aristóteles es que, el filósofo evita el uso de un estilo literario lleno de adornos que puedan distraer al lector de la parte esencial del texto. Si bien, el filósofo usa algunas citas de las tragedias griegas o ejemplos de épicas milenarias como la Ilíada o la Odisea, estos ejemplos no distraen al lector, si no que le ayudan a entender de una mejor manera el texto. Es así como, este cuervo muestra su plumaje negro con unos leves destellos blancos de claridad expresiva. Su obra no solo ilumina los fundamentos de la ética, sino que nos invita a vivir la virtud en nuestras acciones cotidianas para encontrar, de dicha manera, la verdadera felicidad.

Bibliografía

Aristótles, Ética Nicomáquea – Ética Eudemia, Editorial Gredos, Madrid, España, 1995.

 

[i] Aristóteles, Ética Nicomáquea – Ética Eudemia, Editorial Gredos, Madrid, España 1995, 145.

[ii] Ibid, 129.

[iii] Ibid, 140.

[iv] Ibid, 175.

[v] Ibid, 159.

[vi] Ibid, 239.

[vii] Ibid, 243.

[viii] Cfr. Ibid, 275

[ix] Cfr. Ibid, 279 – 280.

[x] Ibid, 322.

[xi] Ibid.

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