Legion of Christ College of Humanities

La inmanencia en El Extranjero, de Albert Camus

El Extranjero es considerada la novela más famosa del escritor francés Albert Camus. En ella se refleja el cambio de paradigma filosófico de la primera mitad del siglo XX, especialmente en lo que se refiere a la antropología, y se exploran ideas propias del existencialismo y absurdismo.  La indiferencia, la injusticia o la soledad presentes en la obra permiten tener un acercamiento al pensamiento de los intelectuales europeos en el periodo de las Guerras Mundiales. En este ensayo se explorará la inmanencia (entendida como aquello que se opone a la trascendencia) como una actitud característica del protagonista: Meursault.

La novela se divide en dos partes, y en ambas la inmanencia se encuentra presente. En la primera parte, la trama se centra en la muerte de la madre de Meursault, quien estuvo en un asilo de ancianos sus últimos años. Cuando el hijo se entera de la muerte de su madre, acude, pero prefiere no despedirse de ella, decide ni siquiera verla. Los personajes presentes en la vela se sorprenden de que ni siquiera derrame lágrimas; por el contrario, fuma y se muestra sereno e incluso irritable ante el comportamiento de los demás personajes. Esta actitud de indiferencia choca con el luto que se hubiera esperado, y será un elemento clave en la segunda parte de la novela.

El día después del funeral, Meursault comienza un amorío con María y ayuda a su amigo Raimundo -un proxeneta- a vengarse de una de sus amantes. Hacia el final de la segunda parte, Raimundo, María, Meursault y otro amigo dedican un día a ir a la playa, donde se encuentran con el hermano de la amante que Raimundo había golpeado. Más tarde ese mismo día, el protagonista sale a dar un paseo solo, donde se encuentra de nuevo con el árabe y, sin haberlo pensado con calma, lo asesina.

La segunda parte de la novela relata el proceso judicial contra Meursault. Durante el juicio, en lugar de centrarse en el asesinato del árabe y las causas del crimen, los encargados terminan juzgando a Meursault por la indiferencia con la que se comportó ante la muerte de su madre. El enjuiciado explica que no es un hombre de muchas emociones, pero el juez no se muestra contento. El problema aumenta cuando la indiferencia religiosa de Meursault se hace evidente. El hecho de haber accedido a casarse con María solo un día después del entierro no le beneficia. El abogado debe intervenir y pregunta si se le acusa de matar a un hombre o de enterrar a su madre. Sin embargo, Meursault termina siendo condenado.

Es importante mencionar que la indiferencia ante la vida por parte de Meursault no es sinónimo de ausencia de sentimientos o emociones. Él mismo experimenta la incomprensión y el odio de los demás personajes, la soledad y el deseo por la mujer. Sin embargo, ante eventos que para muchos son cruciales o causa de crisis existencial, Meursault permanece indiferente, resignado a la injusticia que la vida parece depararle. Es ahí de donde se deduce que lo que realmente sucede en el protagonista es una actitud de inmanencia que lo ha llevado a abandonar toda esperanza, a no vivir de ilusiones o alegrías que aún no son. No es que no tenga opiniones y criterios, como cuando afirma que le parece poco serio su proceso o cuando piensa en la idea de la pena capital y tiembla ante ello.  Pero cuando se acerca el momento de morir, se resigna, «me tocará morir más joven que otros», llega a afirmar con aparente calma. El condenado prefiere pensar en la idea del rechazo de la apelación de la sentencia como una realidad antes que ilusionarse con la posibilidad del éxito.

En el último capítulo, la inmanencia se hace evidente. Ante otra visita del capellán, Meursault no solo se muestra molesto, sino que incluso termina atacándolo.  En el diálogo previo a la discusión final entre ambos personajes, el condenado reafirma con calma que no le interesa la fe que el capellán le ofrece. «¿Cómo afrontar la muerte? ¿No tiene esperanza?», son preguntas que salen del corazón del sacerdote y ante las cuales Meursault se siente fastidiado. El rostro que surge en la oscuridad de su celda, a diferencia del de otros presos, no es el de Dios, sino el de María. No permite que el capellán rece por él; le molesta su presencia. «Quería explicarle que me quedaba poco tiempo. No quería perderlo con Dios», afirma. Hacia el final del capítulo 5 afirma que se encuentra vacío de esperanza tras la discusión con el capellán, pero esto no lo expresa como algo lamentable, sino como algo liberador.

La inmanencia caracteriza a la sociedad secularizada del siglo XX. Las tragedias de la guerra, una Europa en ruinas no sólo físicas, sino ante todo morales y existenciales, condujeron a que muchos pensadores se opusieran a los grandes ideales promovidos por la fe cristiana y su esperanza, que habían servido como base de la civilización occidental. Siguiendo el planteamiento existencialista, ante una vida humana absurda, cada individuo debe crear su propio significado en un mundo aparentemente sin sentido. Meursault es juzgado por no ajustarse a las convenciones de la sociedad, por vivir “en su mundo”. El personaje se concentra únicamente en lo inmediato y lo tangible, sin buscar explicaciones más allá de la experiencia presente. Su actitud hacia la vida y la falta de preocupación por cuestiones trascendentales son consistentes con la visión promovida por el absurdismo. El materialismo propio del siglo XX está claramente en torno a la inmanencia presente en la novela, donde el protagonista no deja lugar para Dios ni ideas trascendentes. La novela, en este sentido, permite comprender más de cerca la realidad del ser humano secularizado para quien no existe esperanza en un más allá.

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