El Valor de la Lectura en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury

Muy estimado Ray Bradbury.

Reciba un cordial saludo esperando se encuentre bien. En el siglo XXI, el ser humano se ha sumergido en un mundo donde la tecnología y el entrenamiento han llegado a eclipsar el pensamiento y el aprecio por la reflexión personal. Es un hecho que la vida del hombre es mucho más fácil que antes, pero esto no significa que ésta haya llegado a ser más feliz. Hoy más que nunca, el hombre está en una búsqueda inacabable para responder a las preguntas que tocan su existencia y con esto, saciar los deseos más íntimos de su corazón. Sin embargo, la tecnología que debería ser una herramienta para llegar más rápido a éste fin se ha convertido en un obstáculo.

Probablemente, el mundo actual no está tan lejos de parecerse a la sociedad que usted muestra en su novela. Hoy en día es poca la gente que lee. El hombre moderno, como usted lo ilustra en su libro, prefiere estar pegado a la pantalla de su celular, computadora, o televisión. Por eso me gustaría resaltar en esta carta el valor crucial de la lectura, tomando la aportación que cada personaje de su libro le da al tema en cuestión.

En primer lugar, usted presenta a Guy Montag, un bombero, literalmente, de otra dimensión, pues su trabajo, en vez de apagar incendios, consiste en provocarlos, especialmente cuando hay libros de por medio. Guy vive en una especie de realidad donde el gobierno, mediante la comodidad de la tecnología, domina la mente de los ciudadanos, haciéndolos insensibles e indiferentes ante los sufrimientos ajenos y sus propios sentimientos.   

La vida del protagonista parece bastante normal, atada a la rutina de su deber como servidor público, quemar libros y, sobre todo, nunca cuestionar el sistema. Sin embargo, no se percibe un giro en la trama hasta que Guy conoce a Clarisse McClellan, una chica de diecisiete años que no goza de fama o amigos por su peculiar manera de ser, en palabras del sistema, «toda una antisocial»(1) No obstante, serán los modos y las expresiones poco ortodoxas de ésta chica las que marcarán un antes y un después en la vida de Guy.

Para éste temprano punto de la trama, Clarisse es la representación viva de la curiosidad y la capacidad de cuestionar las cosas. Su manera de interpelar a las personas es por medio de conversaciones profundas, a las que el común de los individuos no están habituados, al igual que la contemplación del mundo que le rodea. ¿Por qué Clarisse es tan diferente al resto del mundo? La respuesta es sencilla, Clarisse es una persona que lee. Ella retrata la riqueza interior propia de las personas que están en contacto con la literatura y, que, por tanto, saben tocar de una manera única las fibras más sensibles del corazón del hombre. Un claro ejemplo de esto se puede apreciar en el siguiente diálogo:

-No, no -replicó Montag-. Ha sido una buena pregunta. Hacía mucho tiempo que nadie se interesaba por mí para hacérmela. Una buena pregunta.

-Hablemos de otra cosa. ¿Ha olido alguna vez unas hojas viejas? ¿Verdad que huelen a cinamomo? Tome. huela.

-Caramba, sí, en cierto modo, parece cinamomo(2).

Un buen lector, como Clarisse, no es solamente una persona que lee, sino alguien que observa y escucha lo que tiene alrededor, un verdadero amante de la belleza y sus diversas expresiones en la naturaleza, el ser humano, y las artes. El pensamiento crítico de Clarisse, y su capacidad de sentir y expresar pensamientos y emociones despierta y transforma el intelecto de Guy Montag, que poco a poco, se va transformando en un rebelde que busca entender el conocimiento prohibido.

Sin embargo, como toda buena historia, el protagonista encuentra oposición. Ésta se puede observar claramente, en primera instancia, con su esposa Mildred, que víctima de los programas de televisión y de una serie de emociones desordenadas que busca reprimir por medio de antidepresivos. Mildred, al no tener ese contacto con la literatura y la poesía que enriquece el alma, no puede escuchar y respetar su propio corazón, sino que se vuelve antipática ante el sufrimiento ajeno y, en cierto modo, también ante su propio sufrimiento. Y por mucho que Guy Montag busca interpelar las profundidades del corazón de su esposa, éste no puede, porque sólo hay comentarios e ideas superficiales dentro de ella. Por mucho que su esposa hable, a la hora de la hora «no habla de nada»(3).

Avanzado al segundo lugar en la lista de antagonistas, usted presenta al Capitán Beatty, jefe de la oficina de bomberos. Cabe resaltar que, éste personaje, a diferencia de Mildred y la mayor parte de la sociedad, es una persona culta y versada en la poesía y la literatura. No obstante, el Capitán Beatty usa su conocimiento para manipular la verdad, mantener el status quo en que se vive, y oprimir a las personas en lugar de iluminar. Y qué significa éste status quo. Montag lo describe magistralmente diciendo:

-Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorado. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas? (4).

Éstos cuatro personajes van formando el caldo de cultivo que dará lugar a una revolución intelectual marcada por el conocimiento de la verdad. Como ya he mencionado antes, Guy Montag se siente interpelado por Clarisse. Es ésta chica la que sale todos los días al encuentro del bombero para escuchar y tocar las fibras más sensibles de su corazón que van creando un eco que resuena en el alma, de tal manera que, ya no es Clarisse la que tiene que buscar a Guy, sino es éste el que se empeña en encontrarla. Lamentablemente, Clarisse es asesinada. Guy, que ha despertado de la pesadilla de la apatía sabe que no se puede quedar indiferente. Y como aquel que no tiene nada que perder decide enfrentar al sistema, haciendo el único crimen que le puede costar la vida: leer.

Y es por medio de la lectura que, Guy se da cuenta que dentro de sí tiene tantas cosas que no entiende porque nunca se había dado el tiempo de escuchar su corazón. El sistema lo había tratado como una máquina, donde su valor se basaba en la cantidad de su producción en vez de la riqueza de su ser. Es así como Guy le da al lector el siguiente lamento a manera de confesión:

Quiero estudiar esta sensación tan curiosa. ¡Caramba! ¡Me ha dado muy fuerte! No sé lo que es. ¡Me siento tan condenadamente infeliz, tan furioso! E ignoro por qué tengo la impresión de que estuviera ganando peso. Me siento gordo. Como si hubiese estado ahorrando una serie de cosas, y ahora no supiese cuáles. Incluso sería capaz de leer (5).

En este proceso, Guy se topa con Faber, un antiguo literato que exhorta al joven bombero a perseverar en su búsqueda del conocimiento para desafiar a aquellos que oprimen la verdad. Con la ayuda de Faber, Guy sobrevive a los momentos más críticos de la trama, para poder ser guiado a un lugar misterioso, donde los libros, en vez de ser objetos inanimados, compuestos de páginas, márgenes, tinta y encuadernados, son objetos autónomos, con pies y manos. O usando otras palabras, personas que son «vagabundos por fuera, pero bibliotecas por dentro»(6). Por eso, es importante «no juzgar a un libro por su portada»(7).

Guy se topa, con una sociedad de intelectuales que han memorizado página tras página de los libros más importantes de la historia para que, una vez restaurado el valor de la verdad en la sociedad, éstos pueden ser copiados y transmitidos de generación en generación. Estos hombres-libro son un signo indeleble de la preservación del conocimiento y la esperanza de un futuro donde la sabiduría y el amor por la verdad reinen en lugar de los tiranos opresores. Éstos hombres son la prueba viva de que las ideas son a prueba de balas.

Y así he llegado al final de mi carta. Confieso que su libro, querido Sr. Bradbury, me hizo no sólo arrepentirme de todo el tiempo que perdí haciendo tonterías en vez de invertirlo en la lectura de una buena obra literaria, sino que también me enseñó cómo la lectura puede ser ese acto de rebeldía y libertad, pues cuando no se tiene algo que perder, uno se encuentra libre para conocer nuevas cosas.

Otra cosa que rescato de su libro es que «la magia no se encuentra en el libro en sí mismo, sino en lo que éste dice»(8). Y es relevante que no solo hay que invertir el tiempo leyendo libros, sino invertir el tiempo leyendo buenos libros. Pero ¿cómo reconocer que un libro que leo es bueno? Usted mismo da la respuesta por medio de los consejos de Faber: «un libro es importante porque tiene calidad, poros, características (…), y ofrece un detalle fresco de la vida»(9). De la misma manera, usted describe a «los libros y escritores mediocres como aquellos que sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella (la vida) violándola y dejándola por inútil»(10).      

Finalmente, muchas veces me he topado con uno de los argumentos en contra de los lectores de libros que usted menciona en su obra: «los libros no son personas. Nosotros leemos, y cuando miramos alrededor, no hay nadie»(11). Y este argumento tiene en cierto sentido razón. Sin embargo, todos esos personajes de esas historias han enseñado a muchos a reír, llorar, emocionarse con cosas grandes y pequeñas, a creer, confiar, esperar y amar. Y aunque el ávido lector es víctima de lo que lee, siempre podrá decir que los libros «también son su familia»(12).

Foot notes

  1. R. Bradbury, Fahrenheit 451, The Random House Publishing Group, New York, Estados Unidos, 1950, 32.
  2. Ibid., 29.
  3. Ibid., 31.
  4. Ibid., 55.
  5. Ibid., 64.
  6. Ibid., 153.
  7. Ibid., 155.
  8. Ibid., 53.
  9. Ibid., 83.
  10. Ibid.
  11. Ibid., 73.
  12. Ibid.,

Bibliografía.

R. Bradbury, Fahrenheit 451, The Random House Publishing Group, New York, Estados Unidos, 1950.

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